Breviario del Camaleón
Relatos
de viajes
Babilonia
full color.
Comienza Nepomuceno
sus sagas al mejor estilo Narnia.
“Aunque sin elfos, ni
caballos briosos, más bien picara prosa” Sonríe Milagros.
“Metámonos
juntos a un cuento ¿vale?” postuló Vallejo “ya que el domingo sale como una
araña de la manga del sábado y nuestros oídos son jóvenes y virtuosos” Vallejo terminó
su dibujo sin esfuerzo. Una piscina natural que se forma al lado de una
montaña, y en ella, personas bañándose en un día de verano. Todo visto, como si
la alegría fuese capturada a vuelo de pájaro en una combinación de comic y
acuarelas. Se podían ver los rostros complacidos de los bañistas, y los rayos
del sol cruzar el cielo como una veladura rosada cenicienta.
“La
idea fue de Nepomuceno antes de que nos metiéramos a la cama” lanzó Huidobro un comentario.
“La velada durará mil y una noches, pero la
podemos repetir mejor otro día” Ofreció Milagros con entusiasmo.
La
idea de hacer una ronda de historias había sido la excusa del encuentro.
Milagros,
Huidobro, Vallejo y yo habíamos quedado en “el convite”, a través de nuestros
antepasados Gorrones, Muiscas, Ziones, Quimbayas, Incas, ¡vaya cuentos! Estábamos
engomados con la clase de historia y queríamos crear una bitácora de cuentos. Así
que nos quedamos en la casa de Milagros donde a todos se nos facilitaba el
transporte y donde nuestros padres confiaran. Nosotros cuidábamos de estar en
buena hora, la casa de los padres de Milagros era esplendida. Estos son músicos
y profesores, personas sinceras y respetuosas. Creían en nuestro “colectivo de
literatura” como le llamábamos a nuestro club de escritores experimentales, nos
unía la pasión por la lectura y la invención de historias. Así fuimos el primer
club de escritores experimentales que se atrevió en la escuela a exponer
experiencias y ser escuchados. Muchos se pasaban mofando de nuestras
invenciones. Pues no había límites para crear bestiarios, fantasías y juegos.
Hacer
una comitiva de cuentos, se trataba de algo así como un juego sin nombre, por
solo arrojo y gusto de jugarlo. Nuestros encuentros significaban la creación de
un abanico de personajes y una bitácora de artes, cada uno se había propuesto
hacer la mejor bitácora de historias al final del año. Sabrán lectores y lectoras
que una bitácora puede ser una agenda o cuaderno, libro objeto o diario que
registre opiniones, creaciones, y momentos. Algunas son hechas en collage,
acuarelas, carboncillo, óleos, láminas, fotos, y miles de propuestas, lo que convenga
plasmar o ilustrar. Así los grandes artistas de la historia han llevado las
propias a grandes legados personales en
la historia. De las bitácoras como lo han sido “Los cuadernos de Leonardo Da
Vinci” con sus preparativos de máquinas e inventos. Ahora hacen parte del Louvre.
Así
que como soporte de diarios cada uno hacía su bitácora a su manera.
Milagros,
Huidobro, Vallejo y yo nos reuníamos periódicamente en la escuela o en casa de
uno de nosotros. El lugar, el día y la hora se decidían en forma colectiva. La
duración de cada encuentro podría significar una noche o un día entero.
Nuestros padres a quienes agradecíamos su confianza y su complicidad nos
colaboraban con materiales, alimentos o espacios, ellos mismos propiciaban
todas las condiciones para que nuestros juegos tuvieran un transcurso
atractivo. Encontraban en nuestras iniciativas, mucho de ellos y mucho de
nosotros, el amor por la literatura había sido la herencia que nos unía a
Milagros, Vallejo, Huidobro y a mí.
Vallejo
se levantaba desde muy temprano, a causa de sus estudios y su devoción por la
literatura. Dos pasiones que había heredado de sus padres, antropólogos. Los
padres de Vallejo habían muerto recientemente en un accidente aéreo, cuando
regresaban de Francia de un congreso de los pueblos de la América, a finales
del año pasado. Hasta entonces, Vallejo estaba cursando el tercer año de la
escuela. La noticia fue devastadora, pues sólo un perro Cabeza de Tiburón era
su compañía, el resto de la escuela nos convertimos en su familia. Vallejo
dejaba deslumbrar un niño tranquilo y reservado. Sus padres siempre habían
querido que estudiara en la escuela, hasta que lograron un cupo. Las admisiones
eran cerradas, y sus postulantes necesitaban de ciertos requisitos.
La
luz de la sala se colaba por las bisagras. Los cojines estaban tirados por todo
el cuarto. La ventana se extendía en la neblina. Continuamos la noche a pulso
de cuentos, mientras los parpados cedían como estelas de naufrago. Vallejo y yo escuchábamos atentos lo que
Huidobro empezó a contar. Mi atención recaía
en el pato Lucas Espacial que Huidobro
llevaba en su piyama. Milagros colgó las telas fluorescentes, pues ella suponía
que la decoración del espacio en nuestras lecturas, nos permitía un ambiente
acorde en cada encuentro, así utilizaba velos de colores para jugar con las
luces. O algunas veces, una flor, una vela, siluetas en papel.
Milagros después de colgar las telas, se sostuvo
un rato como una estrella tejida y su risa elástica se propagaba en toda la
casa, exhibiendo sus dientes de cocodrilo. Huidobro llevaba confites y pasteles
cocinados por su madre, hacía sino olerlos y alabarlos, como queriendo insistir
en la francachela. Así nos dirigíamos a una ensoñada empiyamada, tal cual la
habíamos planeado durante un mes de remesas que nos daban nuestros padres. No puedo negar que yo sólo
me disponía a escuchar y hacer mis pegatinas, una colección bastante eclética.
Mis propuestas siempre se basaban en escuchar a Huidobro y Vallejo su racha de historias, así
que Huidobro comenzó a tocar el saxofón:
De
repente, todo se quedó en un silencio meditabundo. Apareció Milagros con una
esfera de cristal y una camisa enrollada como turbante. Hacía de Sibila y siguió
sonriendo como si una jauría de micos saliera de su estómago, y dijo así:
“Cada
uno se encontrará entre los tantos elfos arbóreos y su revelado enamoramiento…” Continúo Milagros su
historia. Ya todos estábamos absortos en su numerito de malabarista.
“Las
familias de hongos crecen en las raíces de los árboles que dan sombra; los
búhos silenciosos acechan la luna. Todo esto sucede mientras “al otro lado del
mundo” al descender la tarde, un señor Quiroga progresa en la receta del jugo
de caña de azúcar, y refresca la garganta del voceador amarillo.
Cuando
me dirigía a la finca de Cuernavaca de mi tío. Encontré que el samán más viejo
me palpitó muy cerca. Se hallaba entre un brazo seco del río Cáceres y una
finca deshabitada al borde de la carretera.
Justo donde iniciaba el camino. Llegué por sus brazos. Imponentes
cordilleras que se alzaban a los cielos. Di tres vueltas a su alrededor, envolviendo mi
mirada en su dorso. Corteza rígida cuál espalda de búfalo. Podría habitarle en
el señuelo de sus años: un siglo, dos siglos de terrenal momento. Tan sólo mi
mirada podía extasiarse. ¿Cuál sería su nombre? ¿Podría desvelar su secreto?
Reconocí al unísono, la memoria de mi abuelo mexicano cuando en brazos, llamaba
al samán ¡Cuernavaca! ¡Cuernavaca! Ahora recuerdo, la alegría cuando descubrí
que el nombre de la finca, significa en náhuatl, alrededor de los árboles.”
“Y
¿Cómo es ese lugar, Milagros?” Pregunta Vallejo encantado.
“Maravilloso, Vallejo” Milagros inició su
explicación “A la madrugada, a la hora en que se templan los aromas del Valle
del Tostado, y los ánimos desplegados de la población cantan su viveza,
descendencia veraniega. Despejados los sueños producidos por el vuelo del garrapatero alrededor de la
casa. Un segundo antes, sentirse acompasado de vientos de caña de azúcar y refugios
de ceibas, guayacanes y samanes. Blasón de la imaginería, capitolio del
regocijo de las formas. La tierra,
secular esfera que en un pan francés, un señor gringo en envolturas disfrazó”
replica Milagros la belleza del paisaje
de sus ancestros. Acerca del canto, la compañía y el desparpajo. Ese fue mi
cuento y mi recuerdo” Milagros despidió en un trenzado de telas que descendían
de sus piernas. Huidobro toca su clarinete en medio del vacío, un modo vago de
tocar, pues la melodía se asemeja al paso de un centurión de hormigas por el
comedor.
Así
que empecé mi historia. Ahora sucede que en mi calendario es domingo Y voy a
despertar a todos sus aguzados sentidos para que escuchen de mí, historias de
boca a oído, de cartel a video, como si las trajera en mi mochila, a la manera
del profesor Yarumo, viejo simpático que trepa cafetales y come sancocho de
gallina campesina
“Anansi
llegó al Caribe Colombiano desde el corazón del África de donde vienen los
hombres y las mujeres mayores de la tierra, canta su coro:
Anansi, Anansi
en
historias de abuelos,
en
acertijo de runas,
en
versos flamígeros
cantamos
tu nombre ancestral
Se
trata de un espíritu que tejía historias alrededor de los árboles y regaba retoños. Aquí en Colombia, se sienta
uno con su pocillo de café con galletas como las abuelas. Las tazas pintadas con
buganvilias amarillas y rojas. Saqué Huidobro esas tortas de su mamá, que vamos
a contar historias para rato” Y Huidobro con gusto dispone el picnic. Se trata
de crepes con mermelada de fresa.
“Soy Nepomuceno, “huasamente oscuro” que se
viste con el cuero de la noche y duerme en el borde trasatlántico de las
avenidas. Al principio fue el mar mi cuna, les cuento esto por no llorar,
ustedes niñas y niños entenderán que fuimos polvo de mercurio y otros sistemas
solares más. Si los mismos humanos no se hubiese puesto a interrumpir el sueño
de la luna que es abono de la vida. No se trata de ausencia de educación
ambiental, pero sabrán que la basura arrojada y ciertos calores producen gases
tóxicos y contraproducentes para la salud humana. A nosotras las flores, la carretera nos deja añicos. Y la humanidad aún
parece sospecharlo por descuido.”
Nepomuceno,
“Huasamenta oscura”, sostenía una corona de alambres, cuál performance dance,
un vestido quinceañero y en sus zapatos reposa un nacimiento de miel. Suenan los pasos al tocar su delgada
sensualidad. En la ciudad aún joven. Cómo
grande era la búsqueda de Nepomuceno, éste desvió el camino, pues antes
navegaba en el vacío de las escrituras, al interior de los latidos de las
campanillas de los colegios. Unas veces en el rumiado de las vacas, yerba
crujiente. Todo esto sucedía al lado de las canchas. Donde compartía las
colecciones de libros que su abuelo le traía de los museos. Cuando el señor Whitman, anciano carismático,
lanzaba cánticos a nuestras soledades, a nuestras juventudes en el refractario de sus caminatas y sus amigos.
“ojalá
llegue rápido Milagros, mi amiga gelatina, es una pintura camaleónica. Pero a mi gusto es la mejor chica en
oratoria. La última vez me llevó de viaje a las palabras más suaves de paz y
chapucear en aguas de los pueblos. Parecía en serio, un Temblor de Tierra.
.¡adelante!
Huidobro.
-¿cómo
le va amigo? El que llega saluda ¿no? Sonríe Huidobro, tomando de la mano a
Nepomuceno. Tan pronto se sentó. Empezó a armar cohetes en origami y a
prenderles fuego por la cola, dizque pa! Empujarlos piensa Huidobro. “Suena la
canción de nosotros dos” conecta los auriculares a Nepomuceno, “¡Play”” suenan
músicas viscosas, estridencias agudas.
Ampihua
sostuvo que la gracia mantuvo la extraña medida de las historias, así que
pronto, viro hacia a su izquierda en sentido contrario al Este. Al llamado de la aguja de los tangos, donde
los manotazos de los jugadores devastaban la hilera de monedas. Su imaginación persiste sobre el ruido; las
luces desvanecen el agotamiento de la fiesta. Por la calle aparece Milagros, entornando sus
ojos paraselenes, con su carita de papa sabanera, bien reina ella. Sin contar las telas preciosas que descuelgan
de sus piernas siluetas como veleros en altamar. “Power” Describe Nepomuceno en voz alta, a
tan solo un metro de Milagros, para que con gusto ella escuchase “el piropo”.
Esa
tarde estaba haciendo un sol flavo. Y Vallejo apareció en la bicicleta. Y todo
se compuso, continua la canción.
“Milagros”
dijo su nombre sublime. ¿Ella? Su voz se extendió hasta salir caracoles negros
de sus vestidos. Cuando de niña, su madre le dejaba hilando letras bajo carbón:
“Repita !ca-ba-lle-ro!” le gritaba, y ésta: ¡lloraba, caballo!. Dos azotes
caían como arroz en el tablero. Y Milagros retorcía su corazón entre el pulgar
y el meñique. Ya fue su primavera difícil. Era una chica alegre. Ella parece descubrir en
mi aquel amor como un océano de fuego, y cómo mi corazón me delata que son
látigos de Cerati, que nos acompaña dulce palpito, como un mantra, sublime
cantor.
-mi
niña traviesa, le digo, deja reposar la mirada sobre el agua. Se te van a volar
los ojos de tantos suspiros compresos.
Aparece
aquí una gelatina de la más elevada especie, del cual emanan todos los
conciertos, se vuelan notas en sus labios y todos los demás lo perciben, la
materia es grávida. Al comienzo Nepomuceno, Huidobro y Vallejo sueltan un
estilo rap, dejan escapar la creatividad, y Milagros deja salir la gramática
por las comisuras de sus labios. Y se levantan las voces, ¡arriba el ánimo!
Comentarios
Publicar un comentario