Del I ching
Empezaré por contar, de cuándo abrí los ojos,
me encontraba en la punta de la orilla del río Putumayo. Observando el flujo
del agua y de esta manera, el estado de los humanos a quienes encontraba en
intima conexión a su salud.
El gran río pasaba inquieto. Sus ondas chocaban unas entre otras, mientras
se levantaban olas de seis metros de agua contaminada, y a la vez tan animada.
Chen era un
maestro de español. La escuela se llamaba Yang del río Putumayo. A esas horas,
ya habían pasado las cinco de la tarde, y el día aún parecía una soñolienta
aurora.
Chen se agachó
para tomar un poco del agua, tan vehemente, que aún se creyese en la nobleza de
esta relación: hombre-naturaleza; mujer-tierra.
-¿has visto
maestro cómo está de rancia el agua? Señala una niña de seis años a Chen. Quien
deja esbozar una mirada perpleja y el dolor se le hace agudo en la boca del
estómago. Suenan las campanas de la escuela. Chen sale de su conmoción y llama
a niñas y niños que a esa hora tomaban
su descanso: ¡ju!,!ju!,!ja!, ¡ja! Sólo sonrisas y juegos vibran. Chen
cuida como de su vida tan hermosas creaturas del universo.
“No deja caer el cucharón
sacrificial, ni el cáliz” I ching
Terminó su
jornada. Y tomó la bicicleta. De la selva a la ciudad podrían ser tres horas,
30 kilómetros de camino a casa.
Chen se
levantaba desde muy temprano en su rutina, a causa de su empleo docente y su
devoción por la literatura. Dos pasiones a las cuales le dedicaba toda su
energía, pues sólo un perro Cabeza de Tiburón era su compañía.
-Aunque las
condiciones algunas veces, manifiestan fuerzas contrarias. El respeto ante la
vida es una máxima del ser humano. Declamaba Chen cuando trataba de contarles a
sus estudiantes lo importante del silencio y la conexión con la naturaleza. –aprendamos
a conocer nuestras intenciones y nuestros temores, así como si se tratase de
una ciudadanía del mundo aprendida desde el interior: qué es el amor y qué es
estar vivo. Se siente uno inseguro ante la posibilidad de no entenderse como si
del exterior no hallase respuesta alguna.
Aún la noche
se condensa. Las calles están circuladas por distintas personas. Una de las
vías estaba en ciclovía, sólo que en dirección contraria al destino de Chen,
quién prefirió tomar los barrios para acortar camino.
A Chen le
embargó pensamientos confusos. Se siente contrariado entre la visión del río
Putumayo, y la cantidad de gente dispersa ante el inminente aguacero que se
soltó.
Al bajar una
de las cimas que le acercaban al último parque. Un microbús se entrecruzó en su
camino y por poco le mata.
Al levantarse
pudo comprobar que se trataba del transporte de la escuela, que a esa hora se
devolvía del planetario con alumnos y profes. Curiosamente, venía con ellos su
abuelo materno.
Al tomarse la
suerte los hechos. Chen fue alzado junto con su bicicleta al microbús. Y
continuaron sus canciones de regreso a la escuela: ¡ju!, ¡JU!,!ja!,!ja!
Yang es una
escuela al interior de la selva que incurre en tomar los conocimientos
ancestrales y occidentales en una disposición espiritual para el individuo y el
colectivo. Tan polifacética y autentica que todos los niños y niñas prefieren
vivir allí y viajar los fines de semana a casa.
Yang conserva
una estructura indígena, milenaria en su arquitectura. Armada de las más ricas
maderas volátiles a la imaginación. Se
extiende en hectáreas de tierra fértil
como una muralla hibrida de selva y costumbres.
-¿qué estabas
haciendo? Pregunta Lira, una de las maestras de tejidos. Chen le explica que
trataba de llegar pronto a su casa, así que se tomó el semáforo en naranja-
-rectifica el
tiempo, Le aconseja Lira. –y explora el tejido. No necesitas sacudirte para
entender la tranquilidad Chen, ¡juegas tu vida!
-por supuesto
maestra. Chen recibió su consejo con humildad. Permanece en actitud de
veneración para concentrar el dolor que le aqueja en la rodilla.
Aún no podía
entender su temor devoto del estado del río Putumayo, y tal vez necesitara
preguntárselo a su abuelo quien jugaba con los niños y sacaba una marioneta de
enjambre para distraerles con historias de bautista.
-¿qué te pasa
m”hijo? Le preguntó al verle su cara de
angustia.
-no sé creo
que es bueno desalojar los niños de la escuela. He visto el río alzar olas de
seis metros. Podría ser un
estremecimiento de la tierra. Lo que no sabemos.
-¡es muy
difícil controlar estos temores hijo! Tendrás que ir donde el tío Julio, y le
preguntas de tus dudas. No vaya a ser que el estrago de la naturaleza esté en
movimiento en tu interior, así sería mejor pedir consejo.
Sherzo como se
llamaba su abuelo, le apretó la mano delicadamente. – yo quisiera explicarte
muchas cosas, por ende, estaré en la escuela muy cerca. No te preocupes m”hijo.
Cuando llegaron.
Todos fueron a la cocina para calentarse cerca del fuego, esperar sus chocolates
e ir a la cama con sus historias de astros.
Comentarios
Publicar un comentario