El cruce por las dos aguas de la memoria
Santiago: Ya somos, nuevamente,
inquilinos de la vida.
¡Vuélvete semilla!, ¡hay
cómo volver a empezar!
Andrés: Nada en mi placenta que se
renueva como las aguas de la mar.
Érase una vez la historia
de una madre que por ir detrás de sus hijos se convirtió en Luz astral. Luz
madre…
Sal y Mileto
Inicio esta
reflexión sobre la transmisión cultural del sentido de dos “lugares de la
memoria” que, en su nombramiento, son espacios naturales de magnifica belleza;
pero que, en los últimos años, han dejado su anonimato para ser las huellas de la
desaparición forzada por organismos gubernamentales en Latinoamérica. Estos son:
el río Cauca, en Colombia (el caso de la violencia de los carteles del
narcotráfico azotó en los últimos tiempos a las poblaciones de Trujillo, la
Virginia y otros pueblos del Valle y Risaralda, específicamente. La cifra de
desaparecidos arrojados al cauce del río aumentó en el gobierno de Álvaro Uribe
Vélez) y la laguna Yambo, en Ecuador (el caso de los niños Restrepo, desaparecidos
por la policía ecuatoriana en el año 88 bajo el gobierno de derecha socialcristiano
de León Febres Cordero; sólo se sabe que sus cuerpos fueron arrojados a la
laguna). Estos dos lugares: el río Cauca y la laguna de Yambo no sólo
representan una tumba en el marco histórico de las violencias de Estado que se
perpetuaron en los países latinoamericanos hacia la población (persecuciones
políticas, higienización, fascismo); también se convierten en la metáfora de
una memoria social fracturada porque allí están los hijos, las hijas, las
madres, los ciudadanos. Estos espacios, en el sentido que los sujetos
históricos les han otorgado (los familiares de las víctimas de estas
desapariciones), son: el corazón de Ecuador en Yambo y las magdalenas por el
Cauca (las madres colombianas). Hablar de memoria es escuchar a los actores
sociales que han sido víctimas de este flagelo de autoridad (familiares,
testigos); sus versiones de los hechos, sus recuerdos y olvidos porque sean
juzgados los responsables de los acontecimientos pasados.
El objetivo de
este ensayo es visualizar los actos creativos de testigos, familiares y
víctimas que han usado la narrativa literaria y el documental (guión
cinematográfico) como dispositivos de denuncia de la violación de los derechos
humanos; cómo se han apropiado de su propia poética de la verdad desde una
manera de hacer “sus memorias activas”. De alguna manera, familiares y
ciudadanos se convierten en los agentes que emprenden una verdadera lucha por
la democracia que valide los derechos civiles, culturales, humanos, laborales.
Muchas veces los sindicatos, las ongs y otros organismos no- gubernamentales
son acallados o limitados por las leyes; pero el dolor de la familia que sale a
la esfera pública remueve los cimientos de las sociedades. Este tema es
desarrollado por jelin en Los trabajos de
la memoria, quien habla de que gracias a la manera en que los movimientos y
las familias fueron organizando sus agendas de petición como sujetos políticos
fue posible tramitar con el pasado y el Estado:
En la
imagen que el movimiento de derechos humanos comunicó a la sociedad, el lazo de la familia con la
víctima es la justificación básica que da legitimidad para la acción. Para el
sistema judicial, en realidad era el único
(...) Este “familismo” público y político está basado en la creencia de
que los vínculos familiares son constitutivos, son “primordiales”. Las relaciones familiares, juegan, entonces,
un papel fundamental a las violaciones y sus memorias (Jelin 2012, 23) .
Leer estos dos lugares desde las imágenes que
han sido seleccionadas y rescatadas por Hernando López Yepes en Colombia y
María Fernanda Restrepo en Ecuador, significa interpretar las metáforas que se
registran desde una subjetividad afectada por la pérdida, sobre todo éticamente;
exige preguntarnos por: ¿quiénes están recordando, olvidando o asociando algo
con estos lugares? ¿Por qué visualizar sus memorias en ellos a través del
corazón, de las magdalenas? ¿Cuáles son las realidades que se nos están
presentando sobre estos espacios con respecto a nuestra situación como sujetos
políticos, históricos, aparte de nuestra vida privada? Acerca de hacer la
historia Michael de Certeu encuentra una diferencia entre el lugar y el
espacio, nos comenta que:
En un examen de las prácticas cotidianas que articulan
esta experiencia, la oposición entre "lugar" y "espacio"
remitirá más bien, en los relatos, a dos tipos de determinaciones: una, por
medio de los objetos que podrían finalmente reducirse al estar ahí de un
muerto, ley de un "lugar" (de la lápida al cadáver, un cuerpo inerte
siempre parece fundar, en Occidente, un lugar y hacerlo en forma de tumba);
otra, por medio de operaciones que, atribuidas a una piedra, a un árbol o a un
ser humano, especifican "espacios" mediante las acciones de sujetos
históricos (un movimiento siempre parece condicionar la producción de un espacio
y asociarlo con una historia) (Certeu, 2000, pág. 130) .
Desde la
perspectiva del cuento Mi muerte no los toca leeremos el lugar
del muerto, la víctima. La poética del cuerpo que aún inerte parece tener vida
en el flujo del río Cauca, entre las orillas de la memoria de un país porque
sus madres aún reclaman en llanto al gobierno y al río sus hijos e hijas; pero
muy recientemente se han organizado como sujetos políticos que exigen la verdad
y la reparación (Véase: Las magdalenas por el Cauca). Como docente y pedagoga
retomo la lectura de la imaginación literaria como proyección en el otro,
porque la literatura no sólo concibe mundos también es capaz de transmitir las
herencias y las memorias colectivas y personales que han sido negadas en el
relato de la historia hegemónica. Este cuento visibiliza la realidad de muchos
municipios del departamento de Risaralda y en toda Colombia, la indiferencia de
la justicia sobre las denuncias de desapariciones de personas de las
comunidades y el retraso en el trámite de las agendas gubernamentales sobre el
tema de los derechos humanos. La relevancia del lenguaje audiovisual y
literario en la reinterpretación del pasado o su reconstrucción, como dice
Gustavo Aprea “no se sostiene únicamente en su masividad; también se relaciona
en la modificación en la percepción del mundo” (Aprea 2012,
40) ;
porque el arte se permite todos los límites del lenguaje y quienes lo saben
aprovechar tienen coraje para decir. Los familiares remueven sus dolores e
impotencias no sólo para recordar y denunciar en la esfera pública el lugar
donde posiblemente están sus desaparecidos; sino para hacer saber a la
comunidad que somos sujetos obligados a interpelar la justicia, la democracia,
los agentes culturales cuando nuestros derechos han sido agredidos. Porque la
memoria explica Elizabeth Jelin, “vincula el pasado con expectativas futuras”.
Veamos en el cuento Mi muerte no los toca: Desde
el giro subjetivo nos permite escuchar el lugar del otro, en la ficción o
realidad de que los muertos cuentan su propio destino porque la historia
pareciera borrarlos para higienizar “la democracia” de lo que es sospechoso o
diferente; las cifras de desaparecidos en el Cauca se pierden entre los rumores
de los 250 mil desapariciones en los últimos 50 años de esta guerra
(gobiernos-guerrillas):
Ayer viajé con el cadáver de una joven,
un hilillo de sangre fluía de su frente. Sus manos, atadas con una cuerda de
metal, parecían suplicar. Sus ojos me miraron con asombro. Una bala bastó para
segar su vida. Nuestros cuerpos se unieron dulcemente, luego nos separamos.
Volvimos la espalda al sol para observar el lecho del río con nuestros ojos de
ahogados: sus algas, sus arenas… y no volvimos a saber el uno del otro (Yepes 2015) .
Este relato
literario narra la voz del desaparecido que ha sido arrojado al río Cauca con
su memoria, su patria, su pueblo; por “x o y” motivo es una “identidad amenazada” (Bruno Groppo En las políticas de la memoria habla de
que la memoria es punto de anclaje y es reconocida como una garantía para “las
identidades amenazadas” como son aquellas identidades colectivas que parecieron
en un momento sólidamente arraigadas, pero que bajo el desplazamiento o las
fuerzas de cambio, (quitar la coma ,) se encuentran en riesgo de exterminio (Groppo s.f.) ), al igual que todos
los desaparecidos que encauzan la oleada de muertos del narcotráfico, del
paramilitarismo y de la guerra genocida colombiana. Muchos son “cuerpos
abyectos” como llama Judith Butler a aquellos cuerpos que para el sistema no
merecen ser llorados, reclamados, identificados. Pues a quienes se atreven a reconocerlos, el sistema hegemónico y sus
políticas de represión les imponen el silencio, el olvido, la indiferencia. El
cuerpo no es una pertenencia sino una extensión de nuestras otredades aún por
conocerse y nunca bajo el valor de explicarse. Así este cuento no parece
terminarse porque el cauce de la memoria sigue fisurando cada taponamiento
institucional, natural, histórico; la vida reclama la vida; y los muertos, aún los
desconozcamos nos pertenecen, o si no, ustedes lectores escuchen a este muerto
del Cauca, en el cierre de Mi muerte no
nos toca, decir que:
Desde los botes, lentamente, los hombres
retiran sus cuerdas erizadas de anzuelos, sus ojos miran con desesperación. Una
embarcación se acerca, su conductor me empuja con el remo hasta la orilla, allí
me ata a un árbol esquelético. El agua se agita, un hervor se produce cuando
los peces despedazan mi carne. El pescador lanza su red; al recogerla se
ilumina la noche con el brillo plateado de los peces. La malla cae con avidez.
Finalmente, el hombre se inclina en un extremo de su bote, tira de la cuerda y
mi brazo sale del agua, se alza como pidiendo auxilio. El pescador corta el
cordel sobre el borde de la embarcación y mi cadáver reemprende su viaje. He
perdido mis ojos, mis órbitas vacías sueñan un sueño líquido, la vida
innumerable palpita en mi interior, he perdido conciencia de mi cuerpo.
Liberado del peso de mi alma desciende mi cadáver, con toda liviandad (Yepes 2015) .
El Estado
colombiano en connivencia con el paramilitarismo y las fuerzas militares han
sido autores del robo o desaparición de cientos de identidades individuales y
colectivas que terminan en fosas comunes, en las profundidades del Cauca, en
los rincones de la selva. Los hallazgos de fosas comunes construidas por
agentes del ejército hablan de la participación de altos mandos en estas
prácticas de violencia generalizada y naturalizada por el mismo poder; he aquí
activistas internacionales por los derechos humanos en el 2009 denunciaron a
los medios que:
La mayor fosa común del continente
americano se descubrió en diciembre 2009 en el Meta, detrás del batallón
militar de la Macarena: la fosa contenía 2000 cadáveres de desaparecidos por la
fuerza Omega del Plan Colombia (5). Desde 2005 el ejército había estado
enterrando allí a los desaparecidos. La fuerza Omega cuenta con estrecha
asesoría estadounidense. Ante la desaparición de miles de moradores de la zona,
y la putrefacción de los cadáveres que se había filtrado a las napas freáticas,
la comunidad denunció la mega-fosa. Las autoridades negaron la fosa; los
mass-media silenciaron las denuncias. Pero gracias a la visita de una
delegación británica, la Fosa se dio a conocer internacionalmente; el estado
entonces intentó decir que los cadáveres eran de “guerrilleros abatidos en
combate”, pero los familiares de desaparecidos desmintieron esa versión. En el
2010 se produjo la audiencia a testigos y familiares de desaparecidos de la
región: fueron miles las denuncias de desapariciones perpetradas por el
ejército en connivencia con paramilitares. El Estado por su parte procedió a
acallar a los denunciantes: varios denunciantes fueron asesinados, entre ellos
Norma Irene Pérez y Jhonny Hurtado (6), otros denunciantes han sido
encarcelados bajo montajes judiciales, como es el caso de Marisela Uribe
García, quien perdió sus bebés por torturas, estando embarazada (7). (Robles, 2016)
El trabajo de la memoria es denunciar la
historia infame que niega a hijos e hijas como “un falso positivo”. El cauce
del río liberó otras historias, sus rumores y recorridos, porque la población
identifica de dónde vienen y hasta quiénes los mataron. Pero falta mayor
reconocimiento de esta situación por organismos internacionales de derechos
humanos, quienes puedan interceder
por la vida antes que por la política. Esta narrativa del ruido de la violencia
en un país que no ha cesado la horrible
noche desde su primera fundación como República; lejos de ser la patria
soñada por Bolívar para todas las
nacionalidades, nuestra Colombia se
ha convertido en la patria que niega todas las nacionalidades (o ¿quiénes son
los Nazas, los wayus, los afros, los mestizos, los campesinos o todas las
comunidades indígenas que enriquecen la identidad diversa del territorio
colombiano; que habitan otras lenguas, otras costumbres, sus propias leyes,
pero son marginadas de sus lugares de memoria… también estos espacios identificados por el origen de las
comunidades?). No solo la hegemonía
estatal y su aparato militar han funcionado para salvaguardar la seguridad de
los ciudadanos; tras la óptica de desaparecer la evidencia de una vida para
hacer valer la ley y de pedagogizar la violencia entre las personas que siguen vivas;
bajo el terror del turno de la muerte que no discierne entre niño, mujer,
anciano, campesino, joven, mendigo. Las quejas y las propuestas políticas de otras
formas de hacer democracia son acalladas (como fueron los 5000 mil miembros del
partido político UP asesinados y negados de su identidad). No
importa qué tanto hayamos cambiado
pero si desaparecemos ya no podemos sujetar el más mínimo fragmento de memoria
para refrenar la vastedad del dolor que se repite día a día con su viral violencia.
Nunca es suficiente el recuerdo desvanecido de una fotografía que ha congelado
el tiempo, porque siempre hay
alguien clamando a su familiar.
En Los trabajos de la memoria su autora Elizabeth
Jelin recuerda que tan sólo
recientemente, en el último siglo desde
el paradigma de los derechos humanos,
se consolidó las más sólida versión de defensa de la vida ante los abusos de
Estado y las atrocidades que las autoridades cometen contra los ciudadanos,
como es el caso de las dictaduras acaecidas en el cono Sur en los 70s. Gracias
al activismo de víctimas, familiares, defensores, líderes comunales que se
desplegaron en el mundo por la defensa de los derechos humanos desde los 60s
hasta hoy; muchas organizaciones lograron colocar los delitos cometidos por los
Estados como tema de discusión en la globalización de la democracia; asimismo el
reconocimiento de las víctimas como sujeto
de derecho que deben tener todo respaldo en su proyecto o activismo de
denuncia; sus voces deben ser escuchadas por el Estado y la sociedad aunque en
la realidad del sistema capitalista la
vida no vale nada, si no es para
merecerla; aún los intentos por acallarlas remueven hasta los cimientos de
la justicia o perpetúan nuevamente el crimen. Sin embargo, es hora de decir
¡basta ya a la violencia!, no hay nada de natural en ella. Ni siquiera una
guerra se justifica como medio para lograr una democracia; no hay historia que no
repudie la guerra y sus estragos en lo afectivo, en lo emocional, en lo social.
Elizabeth Jelin explica que:
En función de
los sentidos socioculturales, el paradigma de los derechos humanos trae consigo
un cambio muy importante en el marco de la interpretación de la violencia: lo
que antes se interpretaba como represión o aún como eliminación de “los
perdedores” de las batallas políticas, fue tornándose unas décadas después en
un sentido común que lo interpreta como “las violaciones de los derechos
humanos”, noción que supone la universalidad de la noción de “sujeto de
derecho” (Jelin 2012, 15) .
En el caso de
Ecuador tan sólo hasta los 80s, la desaparición forzada es un tema que captura
la atención de los ciudadanos; cuando la denuncia de la desaparición de dos
niños colombo-ecuatorianos de la
clase alta: Santiago Restrepo y
Andrés Restrepo, alertaría al país
sobre los procedimientos y excesos de la policía para desaparecer personas en
el gobierno de León Febres Cordero. Alrededor de esta tragedia se sumaron otras
familias ecuatorianas que hasta ese momento no habían denunciado o no obtenían
respuestas sobre sus familiares,
porque las fuertes desigualdades sociales históricas no les habían permitido
reconocerse como sujetos de derechos.
En el trabajo ¿Dónde están? Los
desaparecidos en el Ecuador de la periodista ecuatoriana Mariana Neira
recupera más de 60 casos de desaparecidos en impunidad entre ellos:
estudiantes, amas de casa, trabajadores, indígenas. Se trata de un registro de
los últimos 30 años en el Ecuador, específicamente datado en información
ofrecida por los medios de comunicación, agentes de derechos humanos y archivos
de la policía que registraron testimonios. Este es un esfuerzo humano y ético para
que no se selle con dolor y olvido -“las cuentas con el pasado”- de la
presidencia de León Febres Cordero. Jelin reafirma que “las luchas por las
memorias tienen sus re significaciones de generación en generación porque el
pasado no es fijo ni cerrado”, la investigadora dice que: “Además, las cuentas con el pasado quedan abiertas porque
hay crímenes y daños que no pueden ser reparados y todo intento de resolución
está condenado al fracaso. Quizás, lo específico de la memoria es que sea
abierta, sujeta siempre a debates sin líneas finales, constantemente en proceso
de revisión (Jelin 2012, 17) .”
El documental Con
mi corazón en Yambo abre una memoria colectiva, gracias a la lucha emprendida por la familia Restrepo. En el
corazón de Quito, todos los miércoles en la plaza Grande, una madre, un padre, una hermana, una tía reclama a sus seres
queridos. Aunque esta no fue la historia que sus padres eligieron pero
asumieron con dignidad esta lucha. Veinte años después, María Fernanda Restrepo
dirige un documental sobre la tragedia de sus hermanos para enfrentar la
verdad. Se dedica a registrar con su cámara como lo hacía desde niña, todos los
rastros que en su memoria, en el testimonio de su padre y en el de su tía le
posibilitan reconstruir una verdad más palpable y cuestionable. La recopilación
de registros audiovisuales y archivos de la investigación en cintas, folders, dan cuenta de la ineptitud de la
justicia. Se detonaron distintas versiones entre los policías implicados, los
de turno y el gobierno mismo. Las investigaciones que en muchos momentos
estuvieron por cerrarse desde el mandato de las altas autoridades, revelaron
las fisuras de una democracia que se ejercía de fondo como plena dictadura.
Aunque el caso de los Restrepo en algún momento fue relacionado con la tensión
de la policía ecuatoriana con los narcotraficantes y las guerrillas colombianas
en su territorio. Sin embargo, la familia Restrepo enfrentó todas estas
versiones porque de la sospecha a la certeza, la policía retuvo a los niños sin
ninguna facilidad de comunicación. Este no es el único caso que genera repudio.
Cientos de familias ecuatorianas comparten un mismo recuerdo que se entraña en
el exceso de autoridad, en la violencia infringida, en las ideologías
desgastadas sobre el pañuelo sangrado de la historia. Mariana Neira argumenta
que:
Esa es la tendencia de algunos gobernantes demócratas de
América Latina: poner luz donde reina la oscuridad para evitar los
resentimientos que a la larga germinan una violencia imparable. Lo contrario,
el respaldo a la impunidad gestada por un mal llamado espíritu de cuerpo, sólo llevará a que la historia se
repita: un subalterno cualquiera, con la complicidad y a veces hasta el visto
bueno de sus jefes sin personalidad ni conceptos claros sobre su función, por motivos “de seguridad”
institucionales o personales; sale a la calle apresa un individuo, lo tortura,
lo desaparece, lo mata y tranquilo, como si la vida no valiera nada. (Neira,
1995, págs. 18-19)
De esta manera,
el documental Con mi corazón en Yambo
es un “vector de memoria” como llama Gustavo Aprea a los sentidos producidos en
un marco de memoria; como es el testimonio de la propia hermana de las víctimas
María Fernanda Restrepo, la autora construye su guión, tal vez sobre el punto más
doloroso de su vida. Lo presenta
como: “Este documental es un viaje personal mezclado con la memoria de todo un
país marcado por esta historia” (Restrepo 2011) . La niña de 10 años
algún día tenía que crecer; ahora,
una profesional, elabora un
documental que tiene tanto de autobiográfico, testimonial, como de archivo de la memoria. María Fernanda, siendo la hija menor y la única que se salvó porque esa tarde se
encontraba en una fiesta infantil de su mejor amiga; razón por la cual sus
hermanos salen en su camioneta Trupper a recogerla, pero nunca llegaron. En cintas que suman 10 minutos de vida familiar, pero en el
corazón una eternidad, la hermana intenta reelaborar los momentos que vivió con
sus hermanos cuando aún estaban en casa. Confiesa que: “ya no le quedan los
recuerdos que se almacenan en los sentidos, sino en las cintas y los registros
fotográficos” (Restrepo 2011) .
La familia Restrepo removió todas sus
relaciones en Colombia que cuestionaran a los
altos mandatarios del Ecuador, pero las respuestas sobre el paradero de
sus hijos siempre fueron infructuosas; los errores de Estado parecen esconderse
como una ley. Su madre Helena decidió salir -al igual que las madres de mayo a
inicios de los 80s- a la plaza Grande donde su ubica la presidencia. En 1990 el
caso continuaba naufragando en las respuestas evasivas de una investigación
interrumpida por los gobiernos de turno. Así, todos los miércoles,
su familia confrontó a la justicia y a la memoria de un país. Todo Quito
conoció este caso y además apoyó la lucha de los desaparecidos manifestándose
en marchas y comparsas. Años después, su madre murió en un accidente
automovilístico siendo María Fernanda copiloto. El valor de este documental en
los recuerdos de un país significa quitarse la máscara de buena sociedad, de
alta seguridad cuando lo que realmente sucede, es que todos somos sujetos
frágiles en este tipo de Estados que revelan su fervor a la seguridad militar y
sus tácticas de represión. María Fernanda no tiene problema en confrontar en un
cuarto cerrado a los posibles asesinos de sus hermanos (Badillo, Llerena,
España, entre otros) para escuchar de nuevo la mentira que se perpetúa en una
historia de infamia; al igual que su madre quien confrontó en el juzgado a la
sargento Morán implicada de espiar a la
familia y saber sobre los abusos policiales que se cometieron. En el
documental, el impacto de la imagen de las grabaciones de cassete rodando en
primer plano, se trata de la intención de María Fernanda en presentar estas
pruebas al público y que el televidente obtenga de primera vista la realidad.
Cuando escuchamos la voz de Helena,
la madre, preguntar por la vida de
sus hijos a la sargento Morán se percibe la impotencia del ser ante la
justicia:
-¿Dónde están mis hijos Doris
Morán? Quiero a mis hijos, Doris
Morán…
Porque me prometiste devolverme a
los niños si me silenciaba, o darles pena de muerte si hablaba.
-No diga eso señora porque…
¡Sí me dijiste, Doris
Morán, porque te tengo grabada! No
te hagas la que no te acuerdas, ni te vas a enloquecer en este momento. Porque
si yo no he enloquecido ¡menos tú!
-No recuerdo señora, no recuerdo…
¡Recuerde pues Morán, recuerde! (Restrepo
2011)
Aunque el
documental no se sale de escenarios familiares, la plaza de Quito, los
noticieros y la propia Laguna, no se trata de realizar una lectura desde la
crítica literaria o cinematográfica acerca de la estética de un producto, que
ya por cierto le han concedido distintos premios como: Oficial selection
hotdocs outspoken-outstanding 2012, IDFA Competition for first appeareance
2011, Mejor documental Festival de cine internacional de la Habana Cuba 2012.
Sino más bien la posibilidades de las diferentes entradas a este ambiguo lugar
de la memoria cuando se trata de exigir justicia.
Trabajos citados
Aprea,
Gustavo. Filmar la memoria: los documentales audiovisuales y la
re-construcción del pasado. Buenos Aires: Universidad Nacional de General
Sarmiento, 2012.
Arias, Patricio Guerrero. Corazonar Una
antropología comprometida con la vida. Quito: Abya Yala, 2010.
—. La cultura Estrategias conceptuales para
entender la identidad, la diversidad, la alteridad, y la diferencia.
Quito: Ediciones Abya Yala, 2002.
Certeu, Michel de. La invención de los cotidiano:
1 Artes de hacer. Traducido por Alejandro Pescador. México D.F:
Universidad Iberoamericana-Instituto tecnológico y de estudios superiores de
occidente, 2000.
Groppo, Bruno. «Las políticas de la memoria.» Las
políticas de la memoria. París: Universidad de París I-CNRS (Centro
Nacional de Investigación Científica)- Centro de Historia Social del Siglo XX,
s.f. 187-198.
Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria.
Lima: IEP INSTITUTO DE ESTUDIOS PERUANOS, 2012.
MUNDO, Redación EL. El mundo.com. 10 de 03 de
2016.
http://www.elmundo.com/portal/noticias/derechos_humanos/79000_desaparecidos_en_colombia_segun_informe_de_cicr.php#.V3ZOztKLTIU
(último acceso: 30 de 06 de 2016).
Neira, Mariana. ¿Dçonde están? Los desaparecidos
en el Ecuador. Quito: Fondo editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana,
1995.
Con mi corazón en Yambo. Dirigido por María Fernanda Restrepo A. Interpretado
por María Fernanda Restrepo. 2011.
Robles, Azalea. El diario internacional. com.
17 de Junio de 2016. http://www.eldiariointernacional.com/spip.php?article3040
(último acceso: 30 de 06 de 2016).
Yepes, Hernando López. Tras la cola de la rata.
11 de 05 de 2015. http://www.traslacoladelarata.com/2015/05/11/escritos-comenzar-otra-historia-la-nuestra/
(último acceso: 30 de 06 de 2016).
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