El cruce por las dos aguas de la memoria




Santiago: Ya somos, nuevamente, inquilinos de la vida.
¡Vuélvete semilla!, ¡hay cómo volver a empezar!
Andrés: Nada en mi placenta que se renueva como las aguas de la mar.
Érase una vez la historia de una madre que por ir detrás de sus hijos se convirtió en Luz astral. Luz madre…
Sal y Mileto

Inicio esta reflexión sobre la transmisión cultural del sentido de dos “lugares de la memoria” que, en su nombramiento, son espacios naturales de magnifica belleza; pero que, en los últimos años, han dejado su anonimato para ser las huellas de la desaparición forzada por organismos gubernamentales en Latinoamérica. Estos son: el río Cauca, en Colombia (el caso de la violencia de los carteles del narcotráfico azotó en los últimos tiempos a las poblaciones de Trujillo, la Virginia y otros pueblos del Valle y Risaralda, específicamente. La cifra de desaparecidos arrojados al cauce del río aumentó en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez) y la laguna Yambo, en Ecuador (el caso de los niños Restrepo, desaparecidos por la policía ecuatoriana en el año 88 bajo el gobierno de derecha socialcristiano de León Febres Cordero; sólo se sabe que sus cuerpos fueron arrojados a la laguna). Estos dos lugares: el río Cauca y la laguna de Yambo no sólo representan una tumba en el marco histórico de las violencias de Estado que se perpetuaron en los países latinoamericanos hacia la población (persecuciones políticas, higienización, fascismo); también se convierten en la metáfora de una memoria social fracturada porque allí están los hijos, las hijas, las madres, los ciudadanos. Estos espacios, en el sentido que los sujetos históricos les han otorgado (los familiares de las víctimas de estas desapariciones), son: el corazón de Ecuador en Yambo y las magdalenas por el Cauca (las madres colombianas). Hablar de memoria es escuchar a los actores sociales que han sido víctimas de este flagelo de autoridad (familiares, testigos); sus versiones de los hechos, sus recuerdos y olvidos porque sean juzgados los responsables de los acontecimientos pasados.
El objetivo de este ensayo es visualizar los actos creativos de testigos, familiares y víctimas que han usado la narrativa literaria y el documental (guión cinematográfico) como dispositivos de denuncia de la violación de los derechos humanos; cómo se han apropiado de su propia poética de la verdad desde una manera de hacer “sus memorias activas”. De alguna manera, familiares y ciudadanos se convierten en los agentes que emprenden una verdadera lucha por la democracia que valide los derechos civiles, culturales, humanos, laborales. Muchas veces los sindicatos, las ongs y otros organismos no- gubernamentales son acallados o limitados por las leyes; pero el dolor de la familia que sale a la esfera pública remueve los cimientos de las sociedades. Este tema es desarrollado por jelin en Los trabajos de la memoria, quien habla de que gracias a la manera en que los movimientos y las familias fueron organizando sus agendas de petición como sujetos políticos fue posible tramitar con el pasado y el Estado:
En la imagen que el movimiento de derechos humanos comunicó  a la sociedad, el lazo de la familia con la víctima es la justificación básica que da legitimidad para la acción. Para el sistema judicial, en realidad era el único  (...) Este “familismo” público y político está basado en la creencia de que los vínculos familiares son constitutivos, son “primordiales”.  Las relaciones familiares, juegan, entonces, un papel fundamental a las violaciones y sus memorias (Jelin 2012, 23).

 Leer estos dos lugares desde las imágenes que han sido seleccionadas y rescatadas por Hernando López Yepes en Colombia y María Fernanda Restrepo en Ecuador, significa interpretar las metáforas que se registran desde una subjetividad afectada por la pérdida, sobre todo éticamente; exige preguntarnos por: ¿quiénes están recordando, olvidando o asociando algo con estos lugares? ¿Por qué visualizar sus memorias en ellos a través del corazón, de las magdalenas? ¿Cuáles son las realidades que se nos están presentando sobre estos espacios con respecto a nuestra situación como sujetos políticos, históricos, aparte de nuestra vida privada? Acerca de hacer la historia Michael de Certeu encuentra una diferencia entre el lugar y el espacio, nos comenta que:
 En un examen de las prácticas cotidianas que articulan esta experiencia, la oposición entre "lugar" y "espacio" remitirá más bien, en los relatos, a dos tipos de determinaciones: una, por medio de los objetos que podrían finalmente reducirse al estar ahí de un muerto, ley de un "lugar" (de la lápida al cadáver, un cuerpo inerte siempre parece fundar, en Occidente, un lugar y hacerlo en forma de tumba); otra, por medio de operaciones que, atribuidas a una piedra, a un árbol o a un ser humano, especifican "espacios" mediante las acciones de sujetos históricos (un movimiento siempre parece condicionar la producción de un espacio y asociarlo con una historia) (Certeu, 2000, pág. 130).

Desde la perspectiva del cuento  Mi muerte no los toca leeremos el lugar del muerto, la víctima. La poética del cuerpo que aún inerte parece tener vida en el flujo del río Cauca, entre las orillas de la memoria de un país porque sus madres aún reclaman en llanto al gobierno y al río sus hijos e hijas; pero muy recientemente se han organizado como sujetos políticos que exigen la verdad y la reparación (Véase: Las magdalenas por el Cauca). Como docente y pedagoga retomo la lectura de la imaginación literaria como proyección en el otro, porque la literatura no sólo concibe mundos también es capaz de transmitir las herencias y las memorias colectivas y personales que han sido negadas en el relato de la historia hegemónica. Este cuento visibiliza la realidad de muchos municipios del departamento de Risaralda y en toda Colombia, la indiferencia de la justicia sobre las denuncias de desapariciones de personas de las comunidades y el retraso en el trámite de las agendas gubernamentales sobre el tema de los derechos humanos. La relevancia del lenguaje audiovisual y literario en la reinterpretación del pasado o su reconstrucción, como dice Gustavo Aprea “no se sostiene únicamente en su masividad; también se relaciona en la modificación en la percepción del mundo” (Aprea 2012, 40); porque el arte se permite todos los límites del lenguaje y quienes lo saben aprovechar tienen coraje para decir. Los familiares remueven sus dolores e impotencias no sólo para recordar y denunciar en la esfera pública el lugar donde posiblemente están sus desaparecidos; sino para hacer saber a la comunidad que somos sujetos obligados a interpelar la justicia, la democracia, los agentes culturales cuando nuestros derechos han sido agredidos. Porque la memoria explica Elizabeth Jelin, “vincula el pasado con expectativas futuras”.
Veamos en el cuento Mi muerte no los toca: Desde el giro subjetivo nos permite escuchar el lugar del otro, en la ficción o realidad de que los muertos cuentan su propio destino porque la historia pareciera borrarlos para higienizar “la democracia” de lo que es sospechoso o diferente; las cifras de desaparecidos en el Cauca se pierden entre los rumores de los 250 mil desapariciones en los últimos 50 años de esta guerra (gobiernos-guerrillas):
Ayer viajé con el cadáver de una joven, un hilillo de sangre fluía de su frente. Sus manos, atadas con una cuerda de metal, parecían suplicar. Sus ojos me miraron con asombro. Una bala bastó para segar su vida. Nuestros cuerpos se unieron dulcemente, luego nos separamos. Volvimos la espalda al sol para observar el lecho del río con nuestros ojos de ahogados: sus algas, sus arenas… y no volvimos a saber el uno del otro (Yepes 2015).

Este relato literario narra la voz del desaparecido que ha sido arrojado al río Cauca con su memoria, su patria, su pueblo; por “x o y” motivo es una “identidad amenazada” (Bruno Groppo En las políticas de la memoria habla de que la memoria es punto de anclaje y es reconocida como una garantía para “las identidades amenazadas” como son aquellas identidades colectivas que parecieron en un momento sólidamente arraigadas, pero que bajo el desplazamiento o las fuerzas de cambio, (quitar la coma ,) se encuentran en riesgo de exterminio (Groppo s.f.)), al igual que todos los desaparecidos que encauzan la oleada de muertos del narcotráfico, del paramilitarismo y de la guerra genocida colombiana. Muchos son “cuerpos abyectos” como llama Judith Butler a aquellos cuerpos que para el sistema no merecen ser llorados, reclamados, identificados. Pues a quienes se atreven a reconocerlos, el sistema hegemónico y sus políticas de represión les imponen el silencio, el olvido, la indiferencia. El cuerpo no es una pertenencia sino una extensión de nuestras otredades aún por conocerse y nunca bajo el valor de explicarse. Así este cuento no parece terminarse porque el cauce de la memoria sigue fisurando cada taponamiento institucional, natural, histórico; la vida reclama la vida; y los muertos, aún los desconozcamos nos pertenecen, o si no, ustedes lectores escuchen a este muerto del Cauca, en el cierre de Mi muerte no nos toca, decir que:
Desde los botes, lentamente, los hombres retiran sus cuerdas erizadas de anzuelos, sus ojos miran con desesperación. Una embarcación se acerca, su conductor me empuja con el remo hasta la orilla, allí me ata a un árbol esquelético. El agua se agita, un hervor se produce cuando los peces despedazan mi carne. El pescador lanza su red; al recogerla se ilumina la noche con el brillo plateado de los peces. La malla cae con avidez. Finalmente, el hombre se inclina en un extremo de su bote, tira de la cuerda y mi brazo sale del agua, se alza como pidiendo auxilio. El pescador corta el cordel sobre el borde de la embarcación y mi cadáver reemprende su viaje. He perdido mis ojos, mis órbitas vacías sueñan un sueño líquido, la vida innumerable palpita en mi interior, he perdido conciencia de mi cuerpo. Liberado del peso de mi alma desciende mi cadáver, con toda liviandad (Yepes 2015).

El Estado colombiano en connivencia con el paramilitarismo y las fuerzas militares han sido autores del robo o desaparición de cientos de identidades individuales y colectivas que terminan en fosas comunes, en las profundidades del Cauca, en los rincones de la selva. Los hallazgos de fosas comunes construidas por agentes del ejército hablan de la participación de altos mandos en estas prácticas de violencia generalizada y naturalizada por el mismo poder; he aquí activistas internacionales por los derechos humanos en el 2009 denunciaron a los medios que:
 La mayor fosa común del continente americano se descubrió en diciembre 2009 en el Meta, detrás del batallón militar de la Macarena: la fosa contenía 2000 cadáveres de desaparecidos por la fuerza Omega del Plan Colombia (5). Desde 2005 el ejército había estado enterrando allí a los desaparecidos. La fuerza Omega cuenta con estrecha asesoría estadounidense. Ante la desaparición de miles de moradores de la zona, y la putrefacción de los cadáveres que se había filtrado a las napas freáticas, la comunidad denunció la mega-fosa. Las autoridades negaron la fosa; los mass-media silenciaron las denuncias. Pero gracias a la visita de una delegación británica, la Fosa se dio a conocer internacionalmente; el estado entonces intentó decir que los cadáveres eran de “guerrilleros abatidos en combate”, pero los familiares de desaparecidos desmintieron esa versión. En el 2010 se produjo la audiencia a testigos y familiares de desaparecidos de la región: fueron miles las denuncias de desapariciones perpetradas por el ejército en connivencia con paramilitares. El Estado por su parte procedió a acallar a los denunciantes: varios denunciantes fueron asesinados, entre ellos Norma Irene Pérez y Jhonny Hurtado (6), otros denunciantes han sido encarcelados bajo montajes judiciales, como es el caso de Marisela Uribe García, quien perdió sus bebés por torturas, estando embarazada (7). (Robles, 2016)

 El trabajo de la memoria es denunciar la historia infame que niega a hijos e hijas como “un falso positivo”. El cauce del río liberó otras historias, sus rumores y recorridos, porque la población identifica de dónde vienen y hasta quiénes los mataron. Pero falta mayor reconocimiento de esta situación por organismos internacionales de derechos humanos, quienes puedan interceder por la vida antes que por la política. Esta narrativa del ruido de la violencia en un país que no ha cesado la horrible noche desde su primera fundación como República; lejos de ser la patria soñada por Bolívar para todas las nacionalidades, nuestra Colombia se ha convertido en la patria que niega todas las nacionalidades (o ¿quiénes son los Nazas, los wayus, los afros, los mestizos, los campesinos o todas las comunidades indígenas que enriquecen la identidad diversa del territorio colombiano; que habitan otras lenguas, otras costumbres, sus propias leyes, pero son marginadas de sus lugares de memoriatambién estos espacios identificados por el origen de las comunidades?). No solo la hegemonía estatal y su aparato militar han funcionado para salvaguardar la seguridad de los ciudadanos; tras la óptica de desaparecer la evidencia de una vida para hacer valer la ley y de pedagogizar la violencia entre las personas que siguen vivas; bajo el terror del turno de la muerte que no discierne entre niño, mujer, anciano, campesino, joven, mendigo. Las quejas y las propuestas políticas de otras formas de hacer democracia son acalladas (como fueron los 5000 mil miembros del partido político UP asesinados y negados de su identidad). No importa qué tanto hayamos cambiado pero si desaparecemos ya no podemos sujetar el más mínimo fragmento de memoria para refrenar la vastedad del dolor que se repite día a día con su viral violencia. Nunca es suficiente el recuerdo desvanecido de una fotografía que ha congelado el tiempo, porque siempre hay alguien clamando a su familiar.
En Los trabajos de la memoria su autora Elizabeth Jelin recuerda que tan sólo recientemente, en el último siglo desde el paradigma de los derechos humanos, se consolidó las más sólida versión de defensa de la vida ante los abusos de Estado y las atrocidades que las autoridades cometen contra los ciudadanos, como es el caso de las dictaduras acaecidas en el cono Sur en los 70s. Gracias al activismo de víctimas, familiares, defensores, líderes comunales que se desplegaron en el mundo por la defensa de los derechos humanos desde los 60s hasta hoy; muchas organizaciones lograron colocar los delitos cometidos por los Estados como tema de discusión en la globalización de la democracia; asimismo el reconocimiento de las víctimas como sujeto de derecho que deben tener todo respaldo en su proyecto o activismo de denuncia; sus voces deben ser escuchadas por el Estado y la sociedad aunque en la realidad del sistema capitalista la vida no vale nada, si no es para merecerla; aún los intentos por acallarlas remueven hasta los cimientos de la justicia o perpetúan nuevamente el crimen. Sin embargo, es hora de decir ¡basta ya a la violencia!, no hay nada de natural en ella. Ni siquiera una guerra se justifica como medio para lograr una democracia; no hay historia que no repudie la guerra y sus estragos en lo afectivo, en lo emocional, en lo social. Elizabeth Jelin explica que:
En función de los sentidos socioculturales, el paradigma de los derechos humanos trae consigo un cambio muy importante en el marco de la interpretación de la violencia: lo que antes se interpretaba como represión o aún como eliminación de “los perdedores” de las batallas políticas, fue tornándose unas décadas después en un sentido común que lo interpreta como “las violaciones de los derechos humanos”, noción que supone la universalidad de la noción de “sujeto de derecho” (Jelin 2012, 15).
En el caso de Ecuador tan sólo hasta los 80s, la desaparición forzada es un tema que captura la atención de los ciudadanos; cuando la denuncia de la desaparición de dos niños colombo-ecuatorianos de la clase alta: Santiago Restrepo y Andrés Restrepo, alertaría al país sobre los procedimientos y excesos de la policía para desaparecer personas en el gobierno de León Febres Cordero. Alrededor de esta tragedia se sumaron otras familias ecuatorianas que hasta ese momento no habían denunciado o no obtenían respuestas sobre sus familiares, porque las fuertes desigualdades sociales históricas no les habían permitido reconocerse como sujetos de derechos. En el trabajo ¿Dónde están? Los desaparecidos en el Ecuador de la periodista ecuatoriana Mariana Neira recupera más de 60 casos de desaparecidos en impunidad entre ellos: estudiantes, amas de casa, trabajadores, indígenas. Se trata de un registro de los últimos 30 años en el Ecuador, específicamente datado en información ofrecida por los medios de comunicación, agentes de derechos humanos y archivos de la policía que registraron testimonios. Este es un esfuerzo humano y ético para que no se selle con dolor y olvido -“las cuentas con el pasado”- de la presidencia de León Febres Cordero. Jelin reafirma que “las luchas por las memorias tienen sus re significaciones de generación en generación porque el pasado no es fijo ni cerrado”, la investigadora dice que: “Además, las cuentas con el pasado quedan abiertas porque hay crímenes y daños que no pueden ser reparados y todo intento de resolución está condenado al fracaso. Quizás, lo específico de la memoria es que sea abierta, sujeta siempre a debates sin líneas finales, constantemente en proceso de revisión (Jelin 2012, 17).”
El documental Con mi corazón en Yambo abre una memoria colectiva, gracias a la lucha emprendida por la familia Restrepo. En el corazón de Quito, todos los miércoles en la plaza Grande, una madre, un padre, una hermana, una tía reclama a sus seres queridos. Aunque esta no fue la historia que sus padres eligieron pero asumieron con dignidad esta lucha. Veinte años después, María Fernanda Restrepo dirige un documental sobre la tragedia de sus hermanos para enfrentar la verdad. Se dedica a registrar con su cámara como lo hacía desde niña, todos los rastros que en su memoria, en el testimonio de su padre y en el de su tía le posibilitan reconstruir una verdad más palpable y cuestionable. La recopilación de registros audiovisuales y archivos de la investigación en cintas, folders, dan cuenta de la ineptitud de la justicia. Se detonaron distintas versiones entre los policías implicados, los de turno y el gobierno mismo. Las investigaciones que en muchos momentos estuvieron por cerrarse desde el mandato de las altas autoridades, revelaron las fisuras de una democracia que se ejercía de fondo como plena dictadura. Aunque el caso de los Restrepo en algún momento fue relacionado con la tensión de la policía ecuatoriana con los narcotraficantes y las guerrillas colombianas en su territorio. Sin embargo, la familia Restrepo enfrentó todas estas versiones porque de la sospecha a la certeza, la policía retuvo a los niños sin ninguna facilidad de comunicación. Este no es el único caso que genera repudio. Cientos de familias ecuatorianas comparten un mismo recuerdo que se entraña en el exceso de autoridad, en la violencia infringida, en las ideologías desgastadas sobre el pañuelo sangrado de la historia. Mariana Neira argumenta que:
 Esa es la tendencia de algunos gobernantes demócratas de América Latina: poner luz donde reina la oscuridad para evitar los resentimientos que a la larga germinan una violencia imparable. Lo contrario, el respaldo a la impunidad gestada por un mal llamado espíritu de cuerpo, sólo llevará a que la historia se repita: un subalterno cualquiera, con la complicidad y a veces hasta el visto bueno de sus jefes sin personalidad ni conceptos claros sobre su función, por motivos “de seguridad” institucionales o personales; sale a la calle apresa un individuo, lo tortura, lo desaparece, lo mata y tranquilo, como si la vida no valiera nada. (Neira, 1995, págs. 18-19)
De esta manera, el documental Con mi corazón en Yambo es un “vector de memoria” como llama Gustavo Aprea a los sentidos producidos en un marco de memoria; como es el testimonio de la propia hermana de las víctimas María Fernanda Restrepo, la autora construye su guión, tal vez sobre el punto más doloroso de su vida. Lo presenta como: “Este documental es un viaje personal mezclado con la memoria de todo un país marcado por esta historia” (Restrepo 2011). La niña de 10 años algún día tenía que crecer; ahora, una profesional, elabora un documental que tiene tanto de autobiográfico, testimonial, como de archivo de la memoria. María Fernanda, siendo la hija menor y la única que se salvó porque esa tarde se encontraba en una fiesta infantil de su mejor amiga; razón por la cual sus hermanos salen en su camioneta Trupper a recogerla, pero nunca llegaron. En cintas que  suman 10 minutos de vida familiar, pero en el corazón una eternidad, la hermana intenta reelaborar los momentos que vivió con sus hermanos cuando aún estaban en casa. Confiesa que: “ya no le quedan los recuerdos que se almacenan en los sentidos, sino en las cintas y los registros fotográficos” (Restrepo 2011).
 La familia Restrepo removió todas sus relaciones en Colombia que cuestionaran a los  altos mandatarios del Ecuador, pero las respuestas sobre el paradero de sus hijos siempre fueron infructuosas; los errores de Estado parecen esconderse como una ley. Su madre Helena decidió salir -al igual que las madres de mayo a inicios de los 80s- a la plaza Grande donde su ubica la presidencia. En 1990 el caso continuaba naufragando en las respuestas evasivas de una investigación interrumpida por los gobiernos de turno. Así, todos los miércoles, su familia confrontó a la justicia y a la memoria de un país. Todo Quito conoció este caso y además apoyó la lucha de los desaparecidos manifestándose en marchas y comparsas. Años después, su madre murió en un accidente automovilístico siendo María Fernanda copiloto. El valor de este documental en los recuerdos de un país significa quitarse la máscara de buena sociedad, de alta seguridad cuando lo que realmente sucede, es que todos somos sujetos frágiles en este tipo de Estados que revelan su fervor a la seguridad militar y sus tácticas de represión. María Fernanda no tiene problema en confrontar en un cuarto cerrado a los posibles asesinos de sus hermanos (Badillo, Llerena, España, entre otros) para escuchar de nuevo la mentira que se perpetúa en una historia de infamia; al igual que su madre quien confrontó en el juzgado a la sargento Morán implicada de espiar  a la familia y saber sobre los abusos policiales que se cometieron. En el documental, el impacto de la imagen de las grabaciones de cassete rodando en primer plano, se trata de la intención de María Fernanda en presentar estas pruebas al público y que el televidente obtenga de primera vista la realidad. Cuando escuchamos la voz de Helena, la madre, preguntar por la vida de sus hijos a la sargento Morán se percibe la impotencia del ser ante la justicia:
-¿Dónde están mis hijos Doris Morán? Quiero a mis hijos, Doris Morán…
Porque me prometiste devolverme a los niños si me silenciaba, o darles pena de muerte si hablaba.
-No diga eso señora porque…
¡Sí me dijiste, Doris Morán, porque te tengo grabada! No te hagas la que no te acuerdas, ni te vas a enloquecer en este momento. Porque si yo no he enloquecido ¡menos tú!
-No recuerdo señora, no recuerdo…
¡Recuerde pues Morán, recuerde! (Restrepo 2011)

Aunque el documental no se sale de escenarios familiares, la plaza de Quito, los noticieros y la propia Laguna, no se trata de realizar una lectura desde la crítica literaria o cinematográfica acerca de la estética de un producto, que ya por cierto le han concedido distintos premios como: Oficial selection hotdocs outspoken-outstanding 2012, IDFA Competition for first appeareance 2011, Mejor documental Festival de cine internacional de la Habana Cuba 2012. Sino más bien la posibilidades de las diferentes entradas a este ambiguo lugar de la memoria cuando se trata de exigir justicia.

Trabajos citados

Aprea, Gustavo. Filmar la memoria: los documentales audiovisuales y la re-construcción del pasado. Buenos Aires: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2012.
Arias, Patricio Guerrero. Corazonar Una antropología comprometida con la vida. Quito: Abya Yala, 2010.
—. La cultura Estrategias conceptuales para entender la identidad, la diversidad, la alteridad, y la diferencia. Quito: Ediciones Abya Yala, 2002.
Certeu, Michel de. La invención de los cotidiano: 1 Artes de hacer. Traducido por Alejandro Pescador. México D.F: Universidad Iberoamericana-Instituto tecnológico y de estudios superiores de occidente, 2000.
Groppo, Bruno. «Las políticas de la memoria.» Las políticas de la memoria. París: Universidad de París I-CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica)- Centro de Historia Social del Siglo XX, s.f. 187-198.
Jelin, Elizabeth. Los trabajos de la memoria. Lima: IEP INSTITUTO DE ESTUDIOS PERUANOS, 2012.
MUNDO, Redación EL. El mundo.com. 10 de 03 de 2016. http://www.elmundo.com/portal/noticias/derechos_humanos/79000_desaparecidos_en_colombia_segun_informe_de_cicr.php#.V3ZOztKLTIU (último acceso: 30 de 06 de 2016).
Neira, Mariana. ¿Dçonde están? Los desaparecidos en el Ecuador. Quito: Fondo editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1995.
Con mi corazón en Yambo. Dirigido por María Fernanda Restrepo A. Interpretado por María Fernanda Restrepo. 2011.
Robles, Azalea. El diario internacional. com. 17 de Junio de 2016. http://www.eldiariointernacional.com/spip.php?article3040 (último acceso: 30 de 06 de 2016).

Yepes, Hernando López. Tras la cola de la rata. 11 de 05 de 2015. http://www.traslacoladelarata.com/2015/05/11/escritos-comenzar-otra-historia-la-nuestra/ (último acceso: 30 de 06 de 2016).

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