Herencias literarias

En mi ciudad Pereira, antes del taller no pasaba de ser una poeta silenciosa (aunque Dickenson no necesito de taller alguno ni siquiera estarse en comunidad, sus votos fueron dados al silencio sonoro). Sin embargo, desde niña mi expresión había sido nutrida por la biblioteca de casa y el ejemplo de mi abuelo Fred Hardyng Hidalgo Satizábal. Mi madre y yo compartimos cuarto con él durante mi niñez; lo observé sus noches enteras en la escritura de su novela en aquellos cuadernos amarillos de marca Norma. Novela que fue usurpada entre las oficinas de la alcaldía de Dosquebradas, cuando en esos tiempos el viejo pretendió publicarla con la firma consentida de un senador Rodrigo Rivera. Mi pobre viejo no participó de la era digital; prefirió la escritura impecable de sus trazos, el humor entre párrafos de su país natal Ecuador. La nostalgia del extranjero que renuncia a regresar, vuelve a casa en sus historias. Así mismo, la proeza de ficcionar acerca de la muerte de Gaitán desde sus asesinos, aún desconozco cuál fue su intención. Algunos cuadernos en el intento de ocupar las páginas numeradas de una historia que sufrió la discontinuidad, el lapsus, el vacío, el robo. Otras historias no sobrevivieron a las intenciones amañadas de otro colega, quien le juró al abuelo transcribir sus cuadernos para ayudarle en la publicación. Hoy tres cuadernos están en mi poder sugiriendo el camino de la escritura como un regreso a la vena literaria, a la posible familia ecuatoriana que nos antecede entre los colores de Esmeraldas. 

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